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¿Organización China de la Salud? Así cautivó Pekín a la OMS mientras no estabas mirando

En circunstancias normales, la OMS suele aparecer de perfil en los medios. Pero estas no son circunstancias normales y la prueba es que estás leyendo esto confinado en casa



“La Organización Mundial de la Salud debería cambiar su nombre de OMS a OCS: ‘Organización China de la Salud’. Ese nombre sería más apropiado”. El viceprimer ministro japonés, Aso Taro, estallaba así durante una reciente sesión parlamentaria en la que denunció, indignado, la descarada influencia de Pekín en el organismo al que estamos encomendados para derrotar la pandemia del coronavirus.

Su ocurrencia encontraba un insólito eco al otro lado del Pacífico cuando, días después, Donald Trump Jr. retuiteaba la intervención del político asiático difundida por el canal de televisión taiwanés Formosa News: “Estoy con él (Aso Taro)”. Lejos de ser dos exabruptos aislados a 10.000 kilómetros de distancia, estas declaraciones son el síntoma más visible de una creciente furia contra la OMS y su controvertida gestión de la crisis sanitaria del Covid-19.

En circunstancias normales, la OMS suele aparecer de perfil en los medios. La opinión pública no reconoce a sus jefes ni tampoco sus funciones al detalle. Sus luchas de poder apenas interesan a los burócratas nacionales pendientes de un salario libre de impuestos en Suiza y pocos han escuchado los avisos de la comunidad sanitaria internacional ante la creciente politización de un organismo pensado para regirse por criterios científicos. Pero estas no son circunstancias normales. La prueba es que estás leyendo esto confinado en casa quizás pensando que, tarde o temprano, alguien tendrá que pagar los platos rotos de la que se nos viene encima.

A día de hoy, con un millón y medio de infectados, 83.000 muertos y más de la mitad de la población del planeta en cuarentena, cada vez más voces piden la cabeza del actual director general, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus. Si antes le recriminaban una excesiva complacencia con Pekín, ahora lo acusan directamente de ser un peón chino más en el sistema. Pero la respuesta no es tan sencilla.

Durante los últimos años, Occidente ha ido descuidando la OMS. Los países han apostado por otros centros de poder más relevantes -como el FMI, la OMC o la OTAN-, dejando a la organización al borde de la irrelevancia operativa y con un menguante presupuesto. Nada más básico en la geopolítica que ocupar los vacíos que dejan tus rivales sin oponer resistencia. Y eso hizo China. Tras el brote del SARS en 2003, el país asiático comprendió el verdadero potencial de este mamut administrativo en casos de crisis sanitaria. Una poderosa influencia a la que la opinión pública global parece estar despertando de golpe.

Cómo se cuenta una pandemia

El 22-23 de enero, la OMS convocó un comité de urgencia en su sede central de Ginebra. China acababa de poner en cuarentena a los 11 millones de habitantes de Wuhan y la organización debía decidir si declaraba el nuevo coronavirus “emergencia de salud pública global”. Con los consejeros y expertos divididos, Tedros tuvo la palabra final. En vez de dar la voz de alarma, decidió esperar.

Pocos días después, el director general viajaba a Pekín para reunirse personalmente con el presidente Xi Jinping. Mientras el mundo todavía observaba con el escepticismo de la distancia la evolución de la incipiente epidemia, el mensaje que llegaba del líder de la OMS era tranquilizador. Había riesgo, sí; pero estábamos en buenas manos.

“Apreciamos la seriedad con que China se está tomando este brote, especialmente el compromiso del alto liderazgo chino y la transparencia que han demostrado”, aseguró. Tedros Adhanom Ghebreyesus mostraba así un respaldo sin fisuras a la gestión del Partido Comunista, pese a las crecientes denuncias de descontrol, represión y opacidad en los primeros compases de la crisis.

La alerta global llegaría una semana más tarde —el 30 de enero— en otra reunión extraordinaria en la que Tedros aseguró que China estaba “fijando un nuevo estándar” en el control de epidemias. “Y no es una exageración”. Sin embargo, el primer equipo de la OMS al que se permitió acceder al terreno en Wuhan —y con limitaciones— tendría que esperar hasta el 13 de febrero.

Tedros mantuvo inamovible su discurso. “China ha comprado tiempo al mundo”, sentenció en la Conferencia de Seguridad de Múnich el 15 de febrero, una línea básica en la narrativa de Pekín repetida hasta la saciedad por los organismos de propaganda del gobierno comunista. Mientras, el secretario general se quejaba de la "alarmante inacción" del resto de países. Pero la declaración de pandemia no llegó hasta el 11 de marzo, cuando ya sumaba más de 120.000 contagios, 4.500 muertes y 114 países afectados.

Expertos matizan que algunas de estas intervenciones pueden ser interpretadas en clave diplomática, pequeños gestos para lograr la colaboración de un régimen hermético y autoritario en un momento tan delicado. Pero en su estrategia, la OMS acabó mezclando lo político con lo sanitario. Tedros se ha erigido en uno de los defensores a ultranza de la draconiana vía china para controlar los brotes, aceptando de forma acrítica sus cifras e informes. Y ningún ejemplo más sangrante para ilustrar esta peligrosa confusión que Taiwán.

Este tuit de la OMS pasará a la historia. Es del 14 de enero y asegura que “las investigaciones preliminares de las autoridades chinas no han hallado evidencia clara de transmisión humano-humano del nuevo coronavirus identificado en Wuhan, China”.

Puede que en ese momento no hubiera “evidencia clara”, pero sí había indicios de lo contrario. Dos semanas antes, las autoridades sanitarias de Taiwán sospechaban que el virus se transmitía entre personas. Así lo notificaron a la OMS a través de la agencia internacional de regulación sanitaria de la ONU. La nación asiática -de 23 millones de habitantes- debe recurrir a ese mecanismo para compartir este tipo de información con el mundo, ya que está excluida de la propia OMS por presiones de Pekín, que reclama la soberanía de la isla de Formosa.

“Intentamos obtener más información de la OMS sobre qué estaba pasando en Wuhan, pero la respuesta fue: ‘Ok, nosotros nos encargamos desde aquí”, dijo el ministro de Exteriores taiwanés a la agencia Bloomberg. Para muestra, solo hay que ver cómo un representante de la organización ni siquiera se atrevía a pronunciar la palabra 'Taiwán' en una entrevista con un canal hongkonés.

Al final, la OMS acabó ignorando y silenciando a una de las pocas democracias que han podido lidiar de forma efectiva con el virus —con 379 casos confirmados y cinco víctimas, hasta la fecha—, desafiando la narrativa china de ‘manu militari’ en tiempos de pandemia. Taipei utilizó la previsión, la tecnología y la transparencia para frenar los casos con medidas como la cancelación temprana de los vuelos procedentes de zonas afectadas en China, mientras Tedros abogaba por no limitar viajes o comercio en el inicio de la epidemia y reprendía a los países que lo hacían.

La OMS tampoco ha expresado ningún tipo de recelo sobre las cifras que provee China a la comunidad internacional, cuestionadas por Estados Unidos y otros países —incluyendo España, según fuentes cercanas a la Moncloa—. Ni las crecientes divergencias entre China y el resto de naciones afectadas por el coronavirus —el país asiático ya no está en el 'top 5' de infectados ni fallecidos, pese a ser el origen de la pandemia—, ni los informes de cómo los primeros infectados pueden remontarse hasta noviembre del año pasado, ni siquiera las múltiples declaraciones de ciudadanos en medios y redes han hecho dudar a Tedros.

“La Organización Mundial de la Salud debería cambiar su nombre de OMS a OCS: ‘Organización China de la Salud’. Ese nombre sería más apropiado”. El viceprimer ministro japonés, Aso Taro, estallaba así durante una reciente sesión parlamentaria en la que denunció, indignado, la descarada influencia de Pekín en el organismo al que estamos encomendados para derrotar la pandemia del coronavirus.

Su ocurrencia encontraba un insólito eco al otro lado del Pacífico cuando, días después, Donald Trump Jr. retuiteaba la intervención del político asiático difundida por el canal de televisión taiwanés Formosa News: “Estoy con él (Aso Taro)”. Lejos de ser dos exabruptos aislados a 10.000 kilómetros de distancia, estas declaraciones son el síntoma más visible de una creciente furia contra la OMS y su controvertida gestión de la crisis sanitaria del Covid-19.

En circunstancias normales, la OMS suele aparecer de perfil en los medios. La opinión pública no reconoce a sus jefes ni tampoco sus funciones al detalle. Sus luchas de poder apenas interesan a los burócratas nacionales pendientes de un salario libre de impuestos en Suiza y pocos han escuchado los avisos de la comunidad sanitaria internacional ante la creciente politización de un organismo pensado para regirse por criterios científicos. Pero estas no son circunstancias normales. La prueba es que estás leyendo esto confinado en casa quizás pensando que, tarde o temprano, alguien tendrá que pagar los platos rotos de la que se nos viene encima.

A día de hoy, con un millón y medio de infectados, 83.000 muertos y más de la mitad de la población del planeta en cuarentena, cada vez más voces piden la cabeza del actual director general, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus. Si antes le recriminaban una excesiva complacencia con Pekín, ahora lo acusan directamente de ser un peón chino más en el sistema. Pero la respuesta no es tan sencilla.

Durante los últimos años, Occidente ha ido descuidando la OMS. Los países han apostado por otros centros de poder más relevantes -como el FMI, la OMC o la OTAN-, dejando a la organización al borde de la irrelevancia operativa y con un menguante presupuesto. Nada más básico en la geopolítica que ocupar los vacíos que dejan tus rivales sin oponer resistencia. Y eso hizo China. Tras el brote del SARS en 2003, el país asiático comprendió el verdadero potencial de este mamut administrativo en casos de crisis sanitaria. Una poderosa influencia a la que la opinión pública global parece estar despertando de golpe.

Cómo se cuenta una pandemia

El 22-23 de enero, la OMS convocó un comité de urgencia en su sede central de Ginebra. China acababa de poner en cuarentena a los 11 millones de habitantes de Wuhan y la organización debía decidir si declaraba el nuevo coronavirus “emergencia de salud pública global”. Con los consejeros y expertos divididos, Tedros tuvo la palabra final. En vez de dar la voz de alarma, decidió esperar.

Pocos días después, el director general viajaba a Pekín para reunirse personalmente con el presidente Xi Jinping. Mientras el mundo todavía observaba con el escepticismo de la distancia la evolución de la incipiente epidemia, el mensaje que llegaba del líder de la OMS era tranquilizador. Había riesgo, sí; pero estábamos en buenas manos.

“Apreciamos la seriedad con que China se está tomando este brote, especialmente el compromiso del alto liderazgo chino y la transparencia que han demostrado”, aseguró. Tedros Adhanom Ghebreyesus mostraba así un respaldo sin fisuras a la gestión del Partido Comunista, pese a las crecientes denuncias de descontrol, represión y opacidad en los primeros compases de la crisis.

La alerta global llegaría una semana más tarde —el 30 de enero— en otra reunión extraordinaria en la que Tedros aseguró que China estaba “fijando un nuevo estándar” en el control de epidemias. “Y no es una exageración”. Sin embargo, el primer equipo de la OMS al que se permitió acceder al terreno en Wuhan —y con limitaciones— tendría que esperar hasta el 13 de febrero.

China pretende realizar un ambicioso acto de magia con el mundo entero mirando: el virus de Wuhan no es chino. Y si le sale bien, puede acabar convenciéndote de que un ciervo es, en realidad, un caballo Tedros mantuvo inamovible su discurso. “China ha comprado tiempo al mundo”, sentenció en la Conferencia de Seguridad de Múnich el 15 de febrero, una línea básica en la narrativa de Pekín repetida hasta la saciedad por los organismos de propaganda del gobierno comunista. Mientras, el secretario general se quejaba de la "alarmante inacción" del resto de países. Pero la declaración de pandemia no llegó hasta el 11 de marzo, cuando ya sumaba más de 120.000 contagios, 4.500 muertes y 114 países afectados.

Expertos matizan que algunas de estas intervenciones pueden ser interpretadas en clave diplomática, pequeños gestos para lograr la colaboración de un régimen hermético y autoritario en un momento tan delicado. Pero en su estrategia, la OMS acabó mezclando lo político con lo sanitario. Tedros se ha erigido en uno de los defensores a ultranza de la draconiana vía china para controlar los brotes, aceptando de forma acrítica sus cifras e informes. Y ningún ejemplo más sangrante para ilustrar esta peligrosa confusión que Taiwán.

El 'factor Taiwán'

Este tuit de la OMS pasará a la historia. Es del 14 de enero y asegura que “las investigaciones preliminares de las autoridades chinas no han hallado evidencia clara de transmisión humano-humano del nuevo coronavirus identificado en Wuhan, China”.

Puede que en ese momento no hubiera “evidencia clara”, pero sí había indicios de lo contrario. Dos semanas antes, las autoridades sanitarias de Taiwán sospechaban que el virus se transmitía entre personas. Así lo notificaron a la OMS a través de la agencia internacional de regulación sanitaria de la ONU. La nación asiática -de 23 millones de habitantes- debe recurrir a ese mecanismo para compartir este tipo de información con el mundo, ya que está excluida de la propia OMS por presiones de Pekín, que reclama la soberanía de la isla de Formosa.

“Intentamos obtener más información de la OMS sobre qué estaba pasando en Wuhan, pero la respuesta fue: ‘Ok, nosotros nos encargamos desde aquí”, dijo el ministro de Exteriores taiwanés a la agencia Bloomberg. Para muestra, solo hay que ver cómo un representante de la organización ni siquiera se atrevía a pronunciar la palabra 'Taiwán' en una entrevista con un canal hongkonés.

Al final, la OMS acabó ignorando y silenciando a una de las pocas democracias que han podido lidiar de forma efectiva con el virus —con 379 casos confirmados y cinco víctimas, hasta la fecha—, desafiando la narrativa china de ‘manu militari’ en tiempos de pandemia. Taipei utilizó la previsión, la tecnología y la transparencia para frenar los casos con medidas como la cancelación temprana de los vuelos procedentes de zonas afectadas en China, mientras Tedros abogaba por no limitar viajes o comercio en el inicio de la epidemia y reprendía a los países que lo hacían.

La OMS tampoco ha expresado ningún tipo de recelo sobre las cifras que provee China a la comunidad internacional, cuestionadas por Estados Unidos y otros países —incluyendo España, según fuentes cercanas a la Moncloa—. Ni las crecientes divergencias entre China y el resto de naciones afectadas por el coronavirus —el país asiático ya no está en el 'top 5' de infectados ni fallecidos, pese a ser el origen de la pandemia—, ni los informes de cómo los primeros infectados pueden remontarse hasta noviembre del año pasado, ni siquiera las múltiples declaraciones de ciudadanos en medios y redes han hecho dudar a Tedros.

"Ayer, Wuhan no informó de nuevos casos por primera vez desde el comienzo del brote”, celebró el director general en una conferencia de prensa virtual el pasado 21 de marzo. “Wuhan da esperanzas al resto del mundo”.

A estas alturas, probablemente te estarás preguntando, ¿y de dónde ha salido el señor Tedros?

'The Manchurian Candidate'

Biólogo especializado en inmunología y salud comunitaria, Tedros comenzó como militante del Frente de Liberación Popular de Tigray —partido de inspiración marxista— y acabó ocupando las carteras de Salud (2005-2012) y de Exteriores (2012-2016) en Etiopía. En su desempeño, se ganó aplausos por mejorar la cobertura sanitaria en el segundo país más poblado de África, pero también serias acusaciones de encubrir varios brotes de cólera —algo que siempre ha negado—.

Su meteórica carrera para ganar la jefatura de la OMS en mayo de 2017 tiene mucho que ver con el cambio en el sistema de elección del secretario general del organismo y con las débiles finanzas de la organización. Criticado como un puesto que se repartían los países poderosos —a veces, con acusaciones de sobornos de por medio—, se pasó a una votación directa y secreta de una terna de candidatos en la que todos tendrían el mismo peso de decisión.

“Hay que destacar la conexión de China con Etiopía, llamada la ‘pequeña China’ del este de África porque se ha convertido en la cabeza de puente de la influencia china en África y un punto clave en la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda. De hecho, China ha invertido mucho en el país”, opinó el profesor Bradley Thayer, experto en Asia en la Universidad de Texas-San Antonio, en una columna publicada en 'The Hill'.

Tedros ganó claramente con 133 de los 186 votos, un margen que va más allá de cualquier influencia particular. Pero el visto bueno de China y una sólida base de 55 votos de la Unión Africana, elevaron su estatus al de representante del 'sur global' ante otras potencias emergentes.

El cargo venía de ser ocupado durante 10 años por Margaret Chan, una pediatra chino-canadiense criticada por su respuesta al SARS en Hong Kong. En su elección se implicó personalmente el entonces presidente chino, Hu Jintao. Era la primera gran apuesta de Pekín por colocar a uno de los suyos al frente de una gran agencia internacional, símbolo de su pujanza económica, diplomática y cultural. Pero su paso por el ente estuvo marcado por el fracaso en gestionar la epidemia de ébola que azotó a varios países de África en 2015 y las acusaciones de ocultar brotes de polio en Siria (2013) y de MERS en Arabia Saudí (2014)






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